miércoles, 17 de marzo de 2010

La revolución pendiente

Crisis económica, ofensiva política, estructuras caducas, espectáculo aburrido, sectores divididos y enfrentados, insolidaridad manifiesta y un porvenir cuajado de interrogantes se ciernen sobre el sector taurino, cuya facturación asciende a 2,500 millones de euros y ofrece trabajo directo a unas 200 mil personas. La cabaña brava consta de 1.100 ganaderías, que ocupan más de 500 mil hectáreas de dehesa, y las vacas en edad de reproducción ascienden a 135 mil cabezas. Una reflexión "catastrófica", pero oportuna de Antonio Lorca, crítico taurino de El País de España.

La fiesta de los toros vive un momento crucial de su historia. Y no sólo y exclusivamente por el debate político, antes que artístico, que se celebra en el Parlamento de Cataluña, sino por su propia y especial idiosincrasia. La crisis económica, la decadencia del toro bravo, las estructuras caducas y obsoletas del negocio, la desunión e intereses contrapuestos de los distintos sectores profesionales, unos canales representativos propios del sindicato vertical y la presión política y social de antitaurinos y nacionalistas son algunos -no todos- de los síntomas que presagian un futuro problemático para un espectáculo enraizado en la historia de este país.

Bronca en Acho

Pero este arte sublime -una de las manifestaciones culturales más importantes en la historia de nuestro país- corre un serio peligro de desaparición si persiste en una actitud indolente mientras la sociedad se decanta por otras opciones de ocio.



Puede parecer éste un análisis catastrofista, si bien casi todas las fuentes consultadas por este periódico coinciden en esta apreciación, y ponen de relieve que sólo la ancestral oscuridad del mundo de los toros ha dificultado hasta ahora un análisis real de la situación. Pero todos están de acuerdo en que ha llegado el momento de la unidad, la renovación, -algunos hablan de revolución-, y de la adaptación de la fiesta a la modernidad. De lo contrario, la crisis, la inercia, el desamparo público y la ofensiva política pueden acabar con un espectáculo con más de dos siglos de existencia.

Sobran ganaderías, sobran toreros, sobran empresarios, y sobran, por encima de todo, individualismos y egoísmos sectoriales, de modo que prevalezcan la defensa de la pureza de la fiesta, los intereses de los espectadores y la solidaridad del mundo del toro frente a sus propios fantasmas.

El ganadero debe volver a ser el dueño y señor de su producto y no un fiel y seguro servidor de las imposiciones de la figura de turno como salvoconducto imprescindible para que sus toros no envejezcan en el campo.

El torero deberá olvidar la insolidaridad que lo caracteriza, pensar más en la fiesta y menos en sus intereses particulares, más en los espectadores y menos en su comodidad.

El empresario deberá promover actividades que susciten el interés social y el conocimiento de los misterios de la tauromaquia. Y entre todos deberán erradicar la sensación generalizada de que el fraude se ha instalado definitivamente en las plazas de toros. No son pocos los aficionados y expertos que opinan que todos los toros que salen a los ruedos sufren algún tipo de manipulación. Y la autoridad deberá ofrecer más diálogo, menos dispersión normativa -actualmente, junto al Reglamento nacional están vigentes los de Andalucía, País Vasco, Navarra, y Castilla y León mientras otras comunidades elaboran los suyos-, pliegos más generosos, impuestos menos opresores y, por encima de todo, debe superar sus viejos complejos: si la tauromaquia es un arte y, como tal, el propio Gobierno reconoce y premia a los toreros artistas -el Ministerio de Cultura acaba de conceder la Medalla de Oro de las Bellas Artes a Luis Francisco Esplá-, la fiesta de los toros no puede estar enclavada en el departamento que vela por el orden público y persigue a ladrones y terroristas...

http://www.elpais.com/articulo/cultura/revolucion/pendiente/elpepicul/20100305elpepicul_4/Tes

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