jueves, 22 de abril de 2021

Mi vencejo torero

Por: ANTONIO BURGOS/ ABC de Sevilla

«Si Sevilla fuese un sonido, sería el de los vencejos de La Maestranza». Dávila Miura

Mulerías

Tardaba este año en aparecer por el azul cielo de Sevilla mi vencejo, mi preferido de los que con sus vuelos rasantes y sus sonidos desgarrados nos dicen que ya está bien consagrada la primavera, después que le hayan quitado las espinas al Señor, y que pronto tendremos en flor las jacarandas, las magnolias, los olorosos jazmines. Los vencejos son como un azahar sonoro de nuestra primavera. Y tienen, además, el mérito de que, aunque son turistas, pájaros de ida y vuelta como las guajiras, este año los han dejado entrar desde las lejanas tierras donde pasaron el invierno. Ay, si todos los turistas fueran como los vencejos, con el paso franco para los altos cielos de Sevilla y nuestras grandes fiestas...

Escuché una mañana de estos días de farolillos extemporáneos un sonido persistente en los cristales de la ventana de mi escritorio. Eran las alas de mi vencejo que golpeaban contra el vidrio para llamarme la atención. Abrí de par en par las dos hojas de la ventana y como él entiende mi lenguaje y yo el suyo, que no es otro que el de la belleza y la poesía, de la armonía de los tiempos de gozo de Sevilla, se puso a preguntarme como quien por vez primera llega a nuestra tierra, con la de años que la tiene él volada y conocida, de la Torre de los Remedios a los arbotantes de la Catedral, del Patio de los Naranjos al compás del convento de Santa Paula. Me dijo:

—¿Qué pasa este año, que cuando amanecía el Viernes Santo no escuchamos tambores ni cornetas, ni el racheo de los costaleros o de la Centuria, ni el golpe de los llamadores llevando otra vez al Cielo a la Madre de Dios? ¿Qué pasa, que no hemos oído la campanita del carráncano del Sagrario que abre el cortejo de la Procesión Pascual de Impedidos mientras nosotros sobrevolamos los hermosos territorios de la orilla sevillana del río? ¿Qué pasa, que hemos volado sobre Los Remedios y no hemos visto casetas, ni luces, ni portada, ni caballos, ni hemos oído cascabeles camperos, ni muchachas vestidas con traje de volantes? Pero lo que menos me explico, y a ver si usted nos lo dice, que es del barrio, es lo que pasa con la plaza de los toros, donde usted sabe que a partir de la lidia del tercero nos gusta bajar hasta el ruedo para hacer más bella aún la tarde. No salimos de nuestro asombro. Vamos una tarde y otra al Arenal y volamos sobre una plaza de toros vacía, sin nadie en sus tendidos. Qué soledad de ladrillos al sol desierto, de balconcillos de sombra sin nadie, sin la música torera de la Banda de Tejera sonando a lo largo de las gradas de la sombra alta como una inmensa caja de resonancia. ¿Qué pasa en la plaza, cerrada la Puerta Grande sin esperanza de que nadie la pueda abrir, sin medio Aljarafe camino de sus asientos de sol por la calle Adriano, sin nosotros poniendo el contrapunto del movimiento en las alturas sobre el albero donde un hombre tiene plantados sus dos pies en tierra sin moverse? Y ya hace dos años que no puede usted decir que los vencejos del Arenal bajamos a torear, de aficionados que somos. Vamos, ni que fuéramos Roca Rey...

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