En Memoria de César Terán Vega
- Por Luis Alberto Guerrero Uchuya
Recordaré este lunes de mayo con dolor. Ha partido un amigo, uno de los cinco que conformaban ese club exclusivo de mis querencias amicales, que se forman poco a poco, vivencia a vivencia, no solo en el diario quehacer de lo cotidiano, sino en noches insomnes, en madrugadas elásticas de esas que le gustaban a César hasta rayar la aurora, y que en el fondo eran pura poesía.
“Aún no te vayas” me dijo un día, mejor dicho una noche de esas en que terminábamos la jornada periodística en el centro de Lima, y hacíamos la catarsis en algún hueco habitual con algunos cubas libres: “Quiero que me acompañes a ver la hora azul”.
No pensé que fuera una película, ya estaba acostumbrado a sus excentricidades, no diría locuras sino más bien inconformidades con lo anodino y lo que hacen los demás. Sabía de sus cualidades de poeta joven, sobre todo cuando recitaba a Machado puntualizando eso de “caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
La vista se me nubla cuando recuerdo que esa noche caminamos por el jirón de la Unión rumbo hacia el norte, un tanto vacía la calle, con poquísimos noctámbulos, hasta llegar a la Plaza de Armas, en cuyo centro nos ubicamos al lado de la pileta bordeando el amanecer.
“Ahora esperaremos la hora azul” me dijo, y ante mi asombro de reportero avisado me explicó que es un momento efímero, casi un destello, que se produce en el cielo cuando acaba la noche y empieza el día. “Es cuestión de estar atento –me previno- pon en alerta tus sentidos, y verás que el cielo se pone azul”.
La negrura de la hora aún era manifiesta, creo que habíamos llegado muy temprano o yo no estaba a la altura de sus visiones. Me esforcé mirando, como él, hacia la Catedral, por donde debía romper el alba, esa madrugada inolvidable que ahora comento a sabiendas que ya él no está. Y conforme avanzaba el reloj, y solo uno que otro mortal se asomaba por la plaza, me advirtió que ya se acercaba: “Ya viene –me dijo- mira el cielo”.
Y como si hubiera sido una respuesta mágica, el negro cielo de Lima empezó a colorearse de azul, oscuro primero y luego brillante antes de dar paso al rojizo y después al naranja que caracteriza al amanecer. Yo estaba extasiado: asombrado, porque pese a haber nacido en el campo jamás había reparado en ese tránsito hermoso de la oscuridad a la luz, sobre todo porque siempre he dormido hasta tarde, comodón como soy.
“Ya conoces la hora azul” me dijo César muy serio “ya nos podemos ir”.
Ese era el César Terán Vega que recuerdo, cajamarquino, buena gente, amigo leal, compañero de mil entuertos, confidente a más no poder. Hubo un tiempo en que se dejó crecer la barba y su pensamiento se radicalizaba, pues era indeclinable adherente de la justicia social.
Trabajando en LA PRENSA, recuerdo, una noche en que matizábamos el trabajo con los brindis, en los huecos cercanos al diario, retornábamos a la chamba para cerrar la edición cuando los colegas se reían en nuestra cara pensando que ya estábamos perdidos. Ambos éramos responsables de la sección Cables (Internacional) y en el interín de nuestra ausencia los ocho teletipos habían funcionado a cien por hora desenrollando la noticia de que Anwar Sadat, el Presidente de Egipto había sido asesinado.
No había en ese tiempo computadoras. Largos rollos de papel eran impresos con las noticias en esos viejos teletipos, y dada la calidad de la noticia el tema Sadat había desplegado papel suficiente como para empapelar la redacción. Los demás colegas de la redacción, que no nos llevaban muy bien (eran tiempos de la intervención velasquista) creían que estábamos fritos.
“Separa el material, primero los leads por acá, luego los desarrollos, y aparte las semblanzas” le pedí. Para quienes no son periodistas, el “lead” de una nota es la entrada, el comienzo, la síntesis; el desarrollo cuenta el resto, y la semblanza es un perfil del personaje.
Me busqué un rollo de cinta scotch y poco a poco fui construyendo con su ayuda, como un rompecabezas, tres notas cortando pedazos de papel, un lead principal para la portada del diario, una nota más grande para los interiores, y luego llenamos otra página con los detalles del personaje y del evento. Todo en el tiempo justo, en esas horas de cierre que parecen angustiosas, porque si no cumples te pasan la guillotina.
Personalmente bajamos a talleres, no confiando en el “apuradito” (el conserje del diario) y le explicamos al linotipista lo que habíamos construido. El resto es historia, al día siguiente la información de LA PRENSA, como siempre, fue la mejor.
Ese era mi brother, mi contertulio, mi paño de lágrimas y yo de él. Su mayor tristeza, aparte de la muerte de su esposa, muy joven y cuando aún crecía la familia, fue la muerte de su hijo Dante. No quiero acordarme hoy como fue, pero compartimos esa pena como no lo pueden imaginar.
Ya en los 80’s y a punto de recuperarse la democracia, Guido Chirinos Lizares me convocó a un proyecto nuevo llamado “Crítica 80” y yo me lo jalé a Terán. Todo proyecto tiene sus horas agitadas, el cierre, pero también sus horas vacías.
“Crítica 80” se hacía en un viejo edificio de la avenida Brasil, cerca creo al Hospital del Niño, y lo primero que hicimos para matizar esas horas vacías fue buscar un hueco en las cercanías, que encontramos en territorio de Jesús María. Allí pasábamos tantas horas de charla, solos los dos, que un día de esos reparamos que en nuestros vasos de cubalibre las pepas del limón subían y bajaban, como si tuvieran propia vida.
Nos dimos a la tarea de descubrir la razón de ese fenómeno. Apelamos a nuestros conocimientos primariosos y secundarios, de la física y la química, y entre trago y trago veíamos repetir ese vaivén inexplicable de las pepitas, que tanto estaban en la superficie del trago como en el fondo, como impulsadas por una fuerza desconocida.
Finalmente después de tanto elucubrar, mientras llegaba la hora de volver a la chamba, convenimos en que era la gaseosa (la coca cola) la responsable del vaivén, pues genera en el ron algunas burbujas muy pequeña que se adhieren a la gomosa superficie de las pepas de limón haciendo en esa operación como una especie de salvavidas. A más burbujitas pegadas en la pepita, mayor flotación hay y más rápido subían, y zás! cuando llegaban a la superficie reventaban, y otra vez por su peso la pepa se hundía.
Ese era mi hermano, compañero de cosas nimias, como esta, y de cosas importantes, como aconsejarnos en la forma de vivir y progresar.
Esta mañana cuando Pedro Ortiz Barnuevo me escribió por el interno de mi face “Lucho, se nos fue el poeta” sentí que algo moría también en mí. “No me digas ¿cómo sabes?” fue lo primero que atiné a digitar, y luego la estocada: “un amigo de El Peruano me acaba de decir”.
Hay un dicho popular que dice “los hermanos te los da la vida, los amigos los eliges tú”. Es cierto, yo elegí como amigo a Terán, y él me eligió a mí. Como toda relación amical, esta, la nuestra, tuvo altibajos, porque un amigo no es solo para echar flores sino también para decir claridades. Fueron pocas las veces, sin embargo, más fueron las que he narrado en esta nota, que pretende ser una semblanza íntima al amigo que ha partido.
Adiós César, adiós hermano, me llevas la delantera nomás, prepara el terreno. Hay quizás formas más convencionales de despedir al amigo, yo simplemente le digo “Buen viaje querido César. Adiós hermano”.
Que Dios, si existe (alguna vez también debatimos eso) lo tenga en su Gloria. Descansa en Paz amigo querido, brother, párcero, cómplice y hermano, sobre todo lo último. Mañana ante tu tumba solo mi silencio podrá decir cuánto te extraño.
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