¿Qué pasó en el portal español? Hablan los periodistas renunciantes en Twitter
El equipo de periodistas que en marzo de 2006 fundaron el portal taurino español Burladero.com ha renunciado en grupo tras insalvables discrepancias editoriales con los dueños de Información y Difusión Taurina Multimedia, S.L., empresa editora del portal.
A tres meses de cumplir un lustro de exitosa labor, se van dignamente el director Mario Juárez, los adjuntos a la dirección Carlos Crespo y Daniel Hernanz, los redactores y colaboradores Fernando Gil-Cabrera, Sixto Naranjo, Pilar Abad y el diseñador José Vega, todos ellos socios fundadores.
Desde su fundación Burladero se ha consolidado como fuente imprescindible de información taurina, incorporando por primera vez nuevos recursos como resúmenes audiovisuales y galerías interactivas. También han incursionado con éxito en las redes sociales Facebook y Twitter.
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sábado, 1 de enero de 2011
lunes, 31 de mayo de 2010
La cornada
Por: Santiago Saiz de Apellániz
Nada hay más íntimo, me parece, que el momento de la muerte. Y sin embargo algunos han nacido para jugarse la vida ante las indiscretas cámaras de televisión. El pasado viernes el torero Julio Aparicio sufrió una grave cogida en Las Ventas. La pavorosa imagen del cuerno perforando su mandíbula y asomando por la boca salpicó los informativos, los medios digitales y la portada de los periódicos. Con mayor o menor grado de ensañamiento en las repeticiones, entre los periodistas había consenso: era noticia.
Hace unas semanas José Tomás estuvo a punto de morir en la plaza mexicana de Aguascalientes cuando un astado le volteó por un muslo. Al ídolo de los ruedos le salvaron la determinación de sus subalternos y la pericia profesional del cirujano del coso. La noticia tuvo dimensión casi planetaria, hasta la CNN le dedicó su atención. Su percance fue más grave que el de Aparicio, pero menos explícito. Más que las imágenes de la cogida, nos conmovieron entonces los rostros desesperados que rodeaban al herido, el puño que intentaba taponar la hemorragia, las incontables manchas de sangre y sobre todo los detalles de la angustiosa operación.
Piense lo que piense cada uno sobre el futuro de la tauromaquia, ambos sucesos se produjeron en espectáculos públicos y de pago. Julio Aparicio y José Tomás son, seguro, perfectamente conscientes de los riesgos inherentes a su arte. No cabe invocar, por tanto, el derecho a la intimidad para evitar la difusión de sus cogidas. Otra cosa son los reparos que su brutalidad plantea. Pero la sensibilidad no está regulada.
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Nada hay más íntimo, me parece, que el momento de la muerte. Y sin embargo algunos han nacido para jugarse la vida ante las indiscretas cámaras de televisión. El pasado viernes el torero Julio Aparicio sufrió una grave cogida en Las Ventas. La pavorosa imagen del cuerno perforando su mandíbula y asomando por la boca salpicó los informativos, los medios digitales y la portada de los periódicos. Con mayor o menor grado de ensañamiento en las repeticiones, entre los periodistas había consenso: era noticia.
Hace unas semanas José Tomás estuvo a punto de morir en la plaza mexicana de Aguascalientes cuando un astado le volteó por un muslo. Al ídolo de los ruedos le salvaron la determinación de sus subalternos y la pericia profesional del cirujano del coso. La noticia tuvo dimensión casi planetaria, hasta la CNN le dedicó su atención. Su percance fue más grave que el de Aparicio, pero menos explícito. Más que las imágenes de la cogida, nos conmovieron entonces los rostros desesperados que rodeaban al herido, el puño que intentaba taponar la hemorragia, las incontables manchas de sangre y sobre todo los detalles de la angustiosa operación.
Piense lo que piense cada uno sobre el futuro de la tauromaquia, ambos sucesos se produjeron en espectáculos públicos y de pago. Julio Aparicio y José Tomás son, seguro, perfectamente conscientes de los riesgos inherentes a su arte. No cabe invocar, por tanto, el derecho a la intimidad para evitar la difusión de sus cogidas. Otra cosa son los reparos que su brutalidad plantea. Pero la sensibilidad no está regulada.
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