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sábado, 29 de noviembre de 2008

Ponce: Van 20 años y aún no tengo techo [VIDEOS]

- Diestro valenciano se acerca a las 2 mil corridas y ya piensa en su próximo Escapulario
- Videos de la gesta del domingo pasado en Acho


Al culminar sus dos faenas el domingo 23, Enrique Ponce ya intuía que sería el ganador del máximo trofeo de la Feria del Señor de los Milagros. El maestro valenciano está toreando mejor que nunca y nos adelantó que le gustaría venir el 2009 por un Escapulario más.

¿Ahora quién le va a creer que está pensando en el retiro? Esto fue lo que nos dijo:

-¿Mucha emoción en Lima?
-Muy contento porque volver a Lima y cortar cuatro orejas en una tarde es difícil. Hoy he podido cuajar los toros con mucho gusto, torearles despacio y muy templado, he disfrutado una enormidad reencontrarme con la afición de Lima y volver a sentir ese cariño y esos olés tan bonitos de Acho.

Natural de Ponce en Lima
NATURALISMO. Enrique Ponce está mejor que nunca y ya torea para la historia. (Foto: Rafael Morán).

-¿Qué le suscita el reciente comentario festivo del novelista Juan Manuel de Prada, quien al verlo torear tan bien y triunfar en una pequeña plaza española exclamó: "Este cabrón no se va a retirar nunca"?
- (Sonríe)...El final tiene que llegar, pero en Lima me sentido muy fresco. La afición me ve como un torero al que no se le vislumbra un final o un techo, pero la realidad es que llevo 20 años de matador y cerca de 1,900 corridas de toros. Es un halago para mí que columnistas como Juan Manuel de Prada, que es un gran escritor, me haya hecho esos artículos tan bonitos.

-¿No le molestan algunas críticas voceadas desde el tendido de sombra sobre el tamaño de los toros y lo que dijeron los críticos sobre la presentación de su ganado el año pasado?

-Siempre hay alguien que puede protestar por un toro. Yo creo que el toro bravo no es un animal de 580 ó 600 kilos.  Cada toro tiene que tener hechura e importancia. La gente lo que quiere es que el toro embista bien y no que salga un mastodonte que no se mueva o pegue cabezazos.  Allí está la prueba evidente de que tanto el año pasado como este han sido dos grandes faenas. Para mí, en el corazón de todos está ese escapulario que lo recogí ayer y me da mucha ilusión ganar el cuarto y sería maravilloso incluso me podría motivar a intentar conseguir el quinto.


VIDEOS



viernes, 21 de noviembre de 2008

Enrique Ponce: por el amor al arte [FOTOS Y VIDEOS]

Artículo publicado en el diario ABC, el 25 de agosto de 2008, por el novelista Juan Manuel de Prada.

Fotos: Humberto Romaní Aguirre.

Lleva Enrique Ponce una racha de triunfos majestuosos y serenísimos -y pido perdón por la redundancia- que parecen desmentir aquellos rumores agoreros que, al principio de temporada, anunciaban su retirada. En Dax paró los relojes con dos faenas al ralentí, apretadas de tersura y emoción, que el respetable aclamó puesto en pie, aplaudiendo durante más de dos minutos, mientras el maestro permanecía quieto en el centro de la plaza, la cabeza humillada y el talle firme, como un Lawrence Olivier en traje de luces. En Bilbao ha firmado la mejor faena de la feria con diferencia, provocando un alboroto de los que hacen época con muletazos ligados en los que parecía que tuviese los riñones reversibles y un juego de rodillas tocado por la mano de Dios. En Málaga lidió con un toro que se refugiaba en las tablas, inventándose una forma de torear que no está en los manuales y que sólo es concebible en alguien que, cuando sale al coso, se olvida de los veinte años de magisterio que lo preceden y se comporta como un chaval que acaba de tomar la alternativa, jugándose el tipo en cada lance, exponiendo en la muleta la vera efigie de su alma, como una incitación desnuda a su contrincante. ¿Y qué necesidad tiene Ponce de seguir toreando como si cada día tuviese que revalidar su magisterio?

Enrique Ponce en Lima 2007
MAGISTERIO. Enrique Ponce en Lima, 25 de noviembre de 2007.  

Esa necesidad se llama amor y entrega al ideal. Ponce ha conseguido todos los honores y distinciones que un artista puede conseguir; a estas alturas, nada tiene que demostrar, nada tiene que alcanzar, pues todo está alcanzado y demostrado. Ponce podría conformarse con completar faenas de aliño y relumbrón, o con cosechar remolonamente los frutos de una siembra que dura dos décadas, o -si gustara de halagar a ese público impresionable que confunde el toreo con los sobresaltos propios de las barracas de feria- con oficiar pantomimas de inmolación estatuaria. Pero Ponce ama el arte que profesa con el mismo denuedo y el mismo bendito entusiasmo con que lo amaba hace casi treinta años, cuando su abuelo Leandro lo puso delante de una becerra. Conservar esa vocación intacta después de los plurales desencantos de la edad y erosiones del oficio, después de la borrachera de los aplausos y las aclamaciones, es una virtud que está al alcance de muy pocos artistas. Llegar a cuajar esa vocación es casi un milagro; mantenerla indemne en el tráfago de los éxitos es un signo de gracia que sólo admite una explicación misteriosa. Admiro a Ponce porque sigue amando su arte como los adolescentes de antaño amaban a su primera novia: con candor y virilidad, con una pureza arrebatadora que hace de acero los cuerpos y de oro las almas, como las noches de aquel bendito poema que Gabriel y Galán dedicó al vaquerillo.

Enrique Ponce en Lima 2007
AMA AL ARTE. Este año puede obtener el Escapulario del Señor de los Milagros que no llevó en la temporada pasada. Ya obtuvo dos en Lima los años 1995 y 2000.

La semana pasada vi torear a Ponce, entre su apoteosis de Dax y su exultación bilbaína, en Cantalejo, un pueblecito de Segovia que, con una plaza que la antipatía jerárquica clasifica «de tercera», monta cada año una feria que para sí quisieran muchas capitales de ringorrango. Y allí contemplé esta cosa tan rara que ahora trato de explicarles. A Ponce le soltaron un toro camastrón y desangelado que no entraba a la muleta ni de casualidad. Otro torero de su ejecutoria se habría conformado con pegarle cuatro pases desganados y esbozar un gesto falsamente compungido para cubrir el expediente, antes de llevarse la guita; pero Ponce se inventó una faena imposible, se la inventó con un pundonor y una generosidad que sólo están al alcance de quienes aman su arte hasta el extremo, ligando unos muletazos a cámara lenta que nos hicieron creer que el toro valía algo. ¿Y por qué lo hizo? Al día siguiente, los periódicos de Madrid no iban a reseñar la corrida, si acaso le dedicarían roñosamente una gacetilla; de su suerte aquella tarde no dependía su escalafón, ni su caché, ni el reconocimiento de las camarillas taurinas. Ponce toreó como si le fuera el prestigio en aquel toro y en aquella plaza humilde porque ama su arte con ímpetu adolescente, porque no concibe otra forma de arte que no sea amor entregado y sin desmayo. Me pareció una lección de belleza y emoción incalculables; y, mientras lo veía dando la vuelta al ruedo, con las dos orejas que premiaban su esfuerzo, le susurré a un amigo: «Este cabrón no se va a retirar nunca».


VIDEOS: Enrique Ponce en Sevilla 2006







- ARTÍCULO ORIGINAL publicado en ABC de Sevilla

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Sebastián Castella

Artículo publicado en el diario ABC, el 15 de setiembre de 2008, por Juan Manuel de Prada (*):

A Sebastián Castella, el torero de Béziers, lo descubrí la temporada pasada en una corrida de San Isidro que salvó mi afición taurina. Castella tuvo que bregar aquella tarde con un toro que era una alimaña, bajo un diluvio que borraba los contornos de las cosas y convertía el ruedo de las Ventas en un barrizal. Fue la suya una faena homérica que me detuvo la sangre en las venas, sobrecogedora de principio a fin, con un Castella que parecía un soldado en el bosque de las Ardenas, mínimo y solo ante la vastedad del miedo, pisando descalzo los charcos como quien pisa un campo sembrado de minas. El toro no miraba la muleta, ofuscado por el cortinón de agua que caía sobre Madrid, y volteó en varias ocasiones al francés, buscándole las entretelas del corazón; pero Castella, que tiene un corazón fundido en alguna aleación inexpugnable, siguió citándolo desde lejos, siguió pisando los terrenos más comprometidos, hasta convertir la plaza entera en una plegaria de congoja y helado espanto. Decía Foxá que el toreo es un ballet con música de fondo compuesta por la Muerte; y aquella tarde, Castella, más que danzar al son de esa música, se abrazó a ella con ansias de enamorado, como si quisiera zambullirse en su dulce amado centro, como si quisiera correr el último velo que separa el más acá del Más Allá, para abrasarse en el manantial donde fluye el agua última. Quedé aquella tarde estremecido de un temblor que aún me dura, cuando lo evoco.

Sebastián Castella junio de 2007
TOREANDO BAJO LA LLUVIA. Sebastián Castella, el torero francés, en junio de 2007. (Foto: EFE).

Mi hija Jimena se enamoró a primera vista de Castella una tarde que fuimos a visitarlo a su habitación de hotel. Castella es tímido y enjuto, con una belleza de ángel atribulado que a veces se desdice en una sonrisa apenas formulada; tiene algo de poeta asediado por dudas tenaces y algo de adolescente taciturno que cuando cae la noche se refugia en el ensimismamiento. Cuando lo visité con mi hija Jimena en su habitación, salió a recibirnos en camiseta y pantalón corto, descalzo como el primer día que lo vi torear en las Ventas; y sobre su piel joven las cicatrices urdían una escritura pálida y sigilosa, como marchamos de ultratumba. A mi hija Jimena le impresionaron mucho las cicatrices; y también aquella especie de laconismo ruboroso, huidizo de los halagos, con que Castella se expresaba, esa parquedad que es señal distintiva de los hombres valientes que han hecho de su valor una escuela de austeridad. A Castella también lo he saludado alguna vez en el patio de cuadrillas, minutos antes de que suenen los clarines del miedo; y hay en su actitud un recogimiento casi religioso, una suerte de unción compungida en la que se le transparenta el alma. Me han dicho que Castella es muy devoto de la Virgen; y que, allá donde torea, pide que lo lleven ante la imagen de la patrona del lugar, para ponerse bajo su protección. Y la Virgen, que es la novia de los toreros cabales, nunca lo deja en la estacada.

Sebastián Castella en Xalpa
ESTÁ EN MÉXICO. Castella, en una tienta en Xalpa, el sábado pasado. (Foto: Jason Morgan).

El sábado vi torear a Sebastián Castella en Salamanca, bajo un cielo claro como la fe de la infancia. Castella siempre sale a la plaza con un ímpetu de intensidad que a veces se troncha si le cae en suerte un toro descastado. Parece como si deseara exponer su alma en cada lance, como se expone intrépida una sábana en el tendedero, pero si el adversario no acompaña su denuedo Castella se ofusca y entenebrece, como la ilusión del soldado se ensucia esperando al enemigo que no llega. Así le ocurrió en el primer toro, que acabó despachando muy malamente. Pero con el segundo se metamorfoseó en ese torero que se pasea por el alambre del riesgo como si hubiese perdido la conciencia de su condición mortal, como si quisiera ofrendar a los aficionados el alma que se le transparenta bajo el traje de luces. Castella citó al toro desde lejos, moviendo la muleta como si fuese un péndulo; lo citó de espaldas, con los pies clavados en la arena arcillosa de la plaza, que tenía en su color una premonición de brusca sangre; lo citó desde el Más Allá, invitándolo a abrevar de ese manantial donde fluye el agua última. Y, mientras lo citaba, los planetas dejaban de girar en su órbita y los pulmones se olvidaban de respirar, atenazados por la emoción. Castella salió a hombros de la plaza; y, aunque sonreía muy tímidamente, en sus ojos todavía se avecindaba la Muerte, tantas veces abrazada, tantas veces sometida por su arte. El sábado volverá a abrazarla y someterla en Nîmes, donde se encierra con seis toros.



(*) Juan Manuel de Prada es un novelista español nacido en Baracaldó, Vizcaya, en 1970. Ganó el Premio Planeta en 1997 con su obra La tempestad. Es licenciado en derecho por la Universidad de Salamanca aunque nunca ha ejercido la abogacía. Irrumpió gratamente en el panorama literario en 1995 con la obra Coños, curioso libro en homenaje al escrito por Ramón Gómez de la Serna en 1917, Senos. A los 27 años, The New Yorker lo incluyó entre los seis escritores más prometedores de Europa. Es autor de La vida invisible (Premio Nacional de Narrativa de España), El séptimo velo (Premio Biblioteca Breve). Ha escrito desde sus inicios para el diario ABC obteniendo por su labor periodística los premios Julio Camba (1997), César González-Ruano (2000), Mariano de Cavia (2006), entre otros.



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