domingo, 17 de enero de 2016

250 años de Acho


Juan Luis Orrego (Historiador)/EL COMERCIO. La plaza limeña y su memoria vinculada a la vida cultural, política y social de la ciudad.

Se le llamó así por ubicarse en un hacho, “sitio elevado cerca de la costa, desde donde se descubre bien el mar” (RAE). Es la decana de América y la cuarta más antigua del mundo, después de las plazas españolas de Béjar (1711), Sevilla (1761) y Zaragoza (1764).

Aurelio Miró Quesada Sosa dio a conocer la fecha exacta de su inauguración: el jueves 30 de enero de 1766. Ese día, tres espadas peruanos —Pizi, Maestro de España y Gallipavo— se encargaron de lidiar 16 toros. Lima tuvo que esperar hasta el gobierno del virrey Amat para contar con un coso taurino, pues antes las corridas se llevaban a cabo, como en Madrid, en la Plaza Mayor, donde se levantaban palcos y tabladillos temporales.


Fue el empresario Agustín Hipólito de Landaburu quien recibió el permiso del virrey para construir Acho. La obra adoptó la forma de polígono de 15 lados con un ruedo de 80 metros de diámetro. Poco después se completó el conjunto con un paseo arbolado, a manera de ingreso al nuevo recinto, conocido como la alameda de Acho, hoy desaparecida.

Amat y Juniet fue un virrey inspirado en el barroco italiano que quiso transformar la “de los Reyes” en una “ciudad eterna”, como la Roma de los intelectuales ilustrados, dándole a Lima un perfil particular combinando belleza y funcionalidad. En el caso del barrio de San Lázaro, como se conocía entonces al Rímac, la idea fue remodelarlo como lugar de esparcimiento y solaz, impulsando obras como el Paseo de Aguas, la Quinta de Presa y el coso de Acho.

El virrey contaba, además, con la taurofilia de los limeños (que se remontaba al siglo XV) y con su gusto por organizar todo tipo de actividades recreativas en la Alameda de los Descalzos y la pampa de Amancaes. Pero en el caso de Acho hubo un propósito adicional: el control social. Lima se recuperaba del feroz cataclismo de 1746.

Durante la lenta reconstrucción de la ciudad, las élites vieron con gran alarma cómo el tejido social se deterioraba al extenderse la pobreza. En 1770, por ejemplo, se calculó en casi 20.000 el número de personas desvalidas y sin oficio, el 40% de la población capitalina.

Ya en 1759 Diego Ladrón de Guevara le había propuesto a Amat construir un hospicio para vagabundos de ambos sexos. La idea no era castigarlos sino reinsertarlos buscándoles un trabajo. Amat entendió el mensaje y aceptó el proyecto de Landaburu, como lo reconoce en sus bandos y en su "Memoria de Gobierno".

La renta de la nueva plaza permitiría construir el hospicio, “limpiar” la ciudad de desvalidos y entretener a los limeños. Además, con una plaza firme se evitaría que indios y negros “invadan” la fiesta como espontáneos, lo que ocurría en la Plaza Mayor. Así, los asistentes estarían protegidos del “populacho”.

Pero la trascendencia de Acho va más allá de los festejos taurinos. No solo forma parte crucial del paisaje arquitectónico de Lima sino que ha sido testigo de algunos acontecimientos simbólicos de nuestra historia. Fue en Acho, por ejemplo, donde los limeños vieron por primera vez elevarse un globo aerostático, el 24 de setiembre de 1840.

También ha sido escenario de mítines políticos memorables, como el de Manuel Pardo el 6 de agosto de 1871, cuando congregó 14.000 simpatizantes en su carrera a la presidencia de la República; o el de Haya de la Torre para cerrar su campaña electoral de 1931.

Pocos recuerdan que en 1945 el Apra organizó en Acho varios festejos taurinos con el fin de recaudar fondos para comprar su local de la avenida Alfonso Ugarte. Un momento polémico fue la rechifla que recibió el general Velasco cuando asistió a una corrida en 1972, que lo llevó a intentar suspender la Feria del Señor de los Milagros del año siguiente, en un temprano impulso antitaurino.

No han faltado tampoco algunos espectáculos poco ortodoxos. Testimonios chilenos de la ocupación hablan de peleas entre mastines y gatos en su ruedo. Luego se hicieron populares los enfrentamientos entre leones y toros, una afición horrenda que, en 1909, ocasionó la muerte de un asistente al producirse una trifulca general como protesta porque los animales se negaron a luchar.

Combates de boxeo (un amateur Mauro Mina ganó aquí su primer título en 1952), conciertos de música, espectáculos folclóricos y concentraciones religiosas también son parte de la memoria de Acho. Sabemos que la plaza que contemplamos hoy no se parece mucho a la que inauguró el virrey Amat hace 250 años, pues sus tres remodelaciones (1865, 1944 y 1961) son fiel testimonio de su adaptación a la dinámica de cada época.

Autoridades y empresas privadas deben entender que Acho es una joya arquitectónica que puede tener vida todo el año con diversas actividades culturales, y no solo durante el calendario taurino.

Foto: Monorriel o teleférico de Lima, 1912.

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